La víctima de una violación atrae la atención general, pero los estudios sobre las agresiones sexuales muestran que los familiares quedan casi siempre detrás, como telón de fondo. Sin embargo, si éstos no reciben orientación psicológica, el hecho puede causar problemas en la estructura familiar, dice el National Center for Post-Traumatic Stress Disorder (PTSD)."El carácter, las emociones y el tipo de relación más o menos cercana entre la víctima con cada miembro de la familia son factores que van a influir en la reacción de cada uno de éstos ante el trauma de una violación. Se trata de una situación muy compleja", dice el psicoterapeuta Sergio Durán.Entre las reacciones que pueden experimentar uno o más miembros de la familia, dice, se encuentran el miedo y la preocupación constantes, vergüenza y sentimientos de culpabilidad, ira, insomnio y otros."La simpatía hacia la víctima y el impulso de protegerla son dos de las primeras reacciones familiares. Lógico: la víctima necesita el apoyo familiar pero si éste no se ejerce con discreción, los resultados pueden revertirse y él o la adolescente pueden pensar que su familia no le cree suficientemente fuerte como para superar el trauma", puntualiza.Advierte que una violación puede ocurrir en cualquier familia, sin importar sus niveles socio-económicos ni su educación, o la personalidad de la víctima. Es imprescindible que ambos, la víctima y sus familiares afectados reciban algún tipo de tratamiento psicológico."No ha de sorprender que alguno o algunos de los familiares reaccionen violentamente al factor de que una persona amada haya pasado por esta terrible experiencia, especialmente, si la víctima es muy joven", dicen los doctores Eve B. Carson y Joseph Ruzek, del PTSD, quienes recomiendan ejercer autocontrol para evitar el aumento de los problemas. Cuando Antonio García, vendedor de frutas en un mercadillo, vio el estado en el que llegaba a casa su hija Antonieta, se le heló la sangre en las venas: sucia, la blusa rasgada, despeinada, la mirada perdida y un hilillo rojo corriendo desde sus labios a la barbilla. Había sido drogada y violada por cinco pandilleros que viajaban en un automóvil.Con la vergüenza de sus 13 años aun vírgenes, Antonieta rehusó a gritos denunciar el caso a la Policía. Ciego de furia y dolor, García echó mano a un martillo, tomó prestada la pistola de un amigo y recorrió las calles. Al identificar a los agresores trató de llevarlos a la Policía. Ellos le empujaron y echaron a correr, profiriendo insultos hacia padre e hija.García lanzó el martillo hacia el grupo y disparó el arma. La bala alcanzó a uno de los muchachos en un hombro. Después, fue a la Policía, se entregó y narró lo ocurrido. Fue condenado a un año de prisión por agresión agravada. Los violadores, todos menores, fueron enviados a un reformatorio. "Tras dos años de angustias hemos ido volviendo a una cierta normalidad. Mari está recibiendo terapia en la escuela; pero a Antonio se le ha agriado el carácter y eso nos ha separado algo. Ahora yo temo hasta por nuestra hijita pequeña que sólo tiene tres años", cuenta Estrella, la compañera de García.
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